Archivo de diciembre 2013

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Dic
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Publinformes 7

Sweet shirts

7. Mandelamancha




«Cuando Mandela muera, será cuando todos los sudafricanos dejen a un lado sus diferencias políticas, unan sus manos, y honren juntos al que, probablemente, sea el más grande sudafricano de la historia»
(Frederik Willem de Klerk, último presidente blanco del régimen de apartheid de Sudáfrica en el siglo XX)






En 1998, tras dejar atrás 27 años de prisión y 5 de gobierno del país, el periodista John Pilger recordó a Mandela su promesa electoral de 1990 de «tomar el control» de la economía:


«La política del Congreso Nacional Africano, es nacionalizar las minas, los bancos y las industrias, y resulta inconcebible cambiar o modificar nuestro punto de vista al respecto. El emprendimiento económico negro es un objetivo que plenamente apoyamos y alentamos, pero, en nuestra situación actual, el control estatal de varios sectores de la economía es inevitable«.




Pero la economía mixta con sectores nacionalizados y sectores de libre mercado, nunca ocurrió.




Unos años antes, durante la década de los 80′, el régimen de segregación racial (‘apartheid‘) presidido por P. W. Botha, ofreció generosos préstamos a empresarios negros, permitiéndoles crear empresas fuera de los territorios asignados a la mayoría negra por la minoría blanca.


Rápidamente emergió una burguesía negra, pareja a un creciente clientelismo.


Unos pocos negros redujeron las diferencias de nivel de vida con los blancos, pero aumentándolas con la gran mayoría negra.


En paralelo, Mandela realizaba negociaciones secretas. En 1982, fue trasladado, junto con la cúpula de su partido, el ANC, desde la prisión de Robben Island a la de Pollsmoor, donde podían mantener entrevistas.


El régimen de apartheid quería separar del entorno más joven y radical a los viejos «moderados» del ANC: Mandela, Thabo Mbeki y Oliver Tambo), con los cuales «se podía negociar«.


Además, la élite del ANS en el exilio se reunió con la élite afrikaner en Mells Park House (cerca de Bath, Inglaterra). Asistieron las mismas grandes empresas sudafricanas que habían apoyado y sustentado el régimen de apartheid.


El 5 de julio de 1989, el «Gran Cocodrilo«, P.W. Botha, sirvió un té a Mandela fuera de los muros de su prisión.


El 11 de febrero de 1990, Mandela era liberado.




Biz bis




Para las empresas extranjeras, incluir un rostro negro en el consejo de administración de las empresas venía a significar que nada había cambiado.


Los jefes del ANC, incluido el propio Mandela, se mudaron a mansiones y resorts con campo de golf.


Con las elecciones democráticas de 1994, el apartheid racial terminaba, pero el apartheid económico se mantenía, con un nuevo rostro al frente.


En la mismísima apertura del Parlamento, en 1995, Mandela soltóEl gobierno literalmente carece del dinero para acometer las demandas propuestas«, añadiendo que, respecto a la política social: «Hay que terminar con la cultura de dar por hecho que el gobierno está obligado a hacer sin demora lo que se le demanda«.


En 1996, la frase «No queremos enfadar a las grandes empresas, y que vuelen y se lleven su dinero«, quedaba desmentida por las medidas para permitir a los empresarios sacar su dinero del país, y a las empresas trasladar su sede al extranjero, casi siempre a Londres y Nueva York.


Poco tiempo después, Mandela afirmaba: «Puede llamarme Thatcherita, pero, para este país, la privatización es la política fundamental«.


Como resultado, en 2001, el especulador George Soros anunciaba en el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza): «Sudáfrica está en manos del capital internacional




Bailongo




Las frases de que la riqueza y la creación de empleo llegarían como un «goteo«, se olvidaron en la firma de acuerdos de fusión y reestructuraciones amiguistas que costaron cientos de miles de puestos de trabajo.


En los arrabales, la gente volvía a padecer los desalojos de la era del apartheid, y veía cómo las incipientes mejoras eran socavadas por los excesos y la corrupción del «neoliberalismo» al que el ANC se consagró.


La agenda incluyó todos los servicios: agua, teléfonos, salud, transporte, electricidad, vivienda, medio ambiente


Reaparecieron los crímenes de estado, como la masacre de 34 mineros de Lonmin (Marikana) en 2012, que evocaban la infame matanza de Sharpeville más de medio siglo antes… En ambos casos, con motivo de manifestaciones que clamaban justicia.


El 70% de los jóvenes negros y el 50% de los adultos negros está desempleado. En muchas zonas aún faltan no sólo electricidad y agua potable, sino unas mínimas condiciones higiénicas.


Una familia blanca promedio gana 6 veces más que una negra; el 98% del 60% de niños que pasan hambre son de piel negra; el 17% de toda la población mundial afectada con el virus del VIH (SIDA) es sudafricana.


Decenas de miles mueren cada año por falta de atención médica.


Mandela fomentó el amiguismo con los empresarios blancos ricos, incluidos los que se habían beneficiado con el apartheid.


Lo veía natural, como parte de la «reconciliación«.


La Comisión para la Verdad y la Reconciliación proporcionó impunidad a criminales confesos.


Tampoco hubo compensaciones para las víctimas.


En esta «reconciliación», sólo una de las partes realizó sacrificios.


Otra «transición modélica«… Otro traspaso no rupturista… Otra «democracia de baja intensidad«.






Mariondela




27 años en prisión.


Muchos… o pocos… para según qué lucha.


Suficientes para convertir el objetivo de vencer, en un mero contemporizar.


Para convertir al rebelde en negociador.


Reconocía lo que un sistema puede hacer, al manifestar que muchos de sus carceleros se habían convertido en animales debido al «sistema«.


Conocía lo que el sistema entrañaba, porque era abogado y había leído a Marx.


Le montaron un préstamo del Banco Mundial, y cedió.


Le montaron un movimiento terrorista nacionalista (‘Inkatha‘) enfrente, y cedió.


Le montaron un fraude electoral en las elecciones de 1994 y cedió.


Sabía la importancia de llevar cabo una política de nacionalizaciones en 1990.


Sabía la importancia de abandonar una política de nacionalizaciones, y abordar un política neoliberal en 1995.


Por eso, cuando llegó al poder, prohibió las manifestaciones y huelgas contra su régimen.


No declaró ilegítima y «odiosa» la deuda financiera contraída por el apartheid, y dio prioridad a la política de privatizaciones para pagar esa deuda, en lugar de dedicar los recursos a programas de desarrollo social.


Invadió Lesotho para asegurarse agua barata que luego cobraba cara al pueblo.


El Producto Interior Bruto (PIB) neto ha llegado a cifras per capita con valor «negativo«.




Flores decorativas




Más que vencer, se propuso conquistar a los defensores del apartheid a base de carisma y sonrisas.


Le llamaron «genio político» por su talento para reducir la política al mero arte de la persuasión.


Por ganarse a la gente.


Por su capacidad para seducir al otro.


Por avanzar de obstáculo en obstáculo, venciendo cada uno de ellos, no por ser más fuerte que sus enemigos, sino por ser «más seductor» y «más listo«.


Y creérselo.


Y suponer que los demás se lo creían.


No le importó que le estuvieran manipulando.


Que sus carceleros le fueran abriendo las puertas.


Que fuera transigiendo en cada etapa de transición.


Ir rodeado de neoliberales educados en su propio partido.


Todo ello sólo es posible cuando te da igual la manera de llegar al poder.




Mande




27 años.


Demasiados para un ser humano.


Era un preso conciliador con sus carceleros, aun enfrentándose a sus compañeros, que les consideraban «menos que humanos«, porque cualquiera que hiciese ese trabajo, no podía tener respeto por la humanidad.


No era un revolucionario; sólo un reformador, un negociador.


Al fin y al cabo, conocía de primera mano la adulación.


Era un aristócrata, un miembro de la casa real de Eastern Cape, de modales británicos.


Con sangre real, con envergadura y ademanes de rey.


Un dandy mesiánico cuyo destino de gobernar vio ya trazado de antemano.


Sólo emprendió la lucha cuando se interpusieron en su camino de grandeza.


Cuando le ofendieron a él.


Le llevó muchos años comprender que el apartheid también había ofendido al pueblo.


Ya, desde pequeño, carecía de opinión propia:
«A menudo, mi propia opinión simplemente resume lo oído en una discusión«.




Siempre iba en la misma dirección que su adversario.


En prisión, vivía protegido en una burbuja.


Renunciaba a la dignidad cada vez que intercambiaba colaboración por privilegios.


Y eso que la mayoría de privilegios provenían de las huelgas de hambre de los jóvenes presos.


Esos a los que luego daría la espalda al negociar el nuevo régimen.


Prefería vivir de rodillas a morir de pie.


Siempre en la misma dirección que sus rivales.




Popgrama




Y, tras ser liberado, iba a seguir «sonriendo«:


«Saliendo hacia mi libertad, sabía que, de no dejar atrás mi amargura y mi odio, hubiera seguido en prisión.»




Y por qué no. Esa trama funcionaba.


Se puede estar en prisión albergando odio y amargura.


Se puede salir en libertad siendo prisionero del odio y de la amargura.


Se puede salir en libertad fingiendo no ser ya un prisionero del odio y de la amargura.


Y se puede sonreír a la galería fingiendo satisfacción cuando en realidad se trata de una farsa. Un montaje. Un engaño. Incluso un chantaje.


El caso es salir.


La adulación corría a raudales.


Le podía el star-system.




Innocuous




Pero el pueblo era ajeno a todo ello.


No supieron leer los signos.


En vida, el pueblo interpretó a Mandela igual de mal que el intérprete esquizofrénico infrapagado por una empresa fantasma interpretó a los oradores que intervinieron en su funeral.


Y eso que sus antiguos compañeros de años de prisión le tildaron de «traidor«, de «vencido» y de «vendido«.


Se aferró a la imagen que le construyeron de icono de la paz y la reconciliación.


No terminaría en el mismo anonimato que los cientos de miles de personas torturadas o ejecutadas en el mundo por no rendirse, sin que su sacrificio haya sido reconocido.


Y, viendo el colapso de la URSS, eligió no ser un proscrito de Occidente.


Por eso, decidió no seguir los pasos de sus, una vez, admirados Fidel Castro y Che Guevara.


Eligió vivir, sin vencer.




Mas-cara


De este modo, a quien consiguió emular fue a Ronald Reagan.


Por lo de actor.


El Tío Tom que sonríe al Tío Sam.


Dijo que había madurado en prisión, pero, en realidad, nunca lo hizo. Parafraseando a Erich Fromm en «El arte de amar«, sus dones y talentos especiales le permitieron utilizar su encanto y ser admirado, como tantos otros políticos de éxito, pero, una cosa es «adaptarse«, y otra, «alcanzar la madurez».


Tampoco supo nunca juzgar a las personas. Confió ciegamente en algunas en las que no debió confiar… Pero fingían adularle y respetarle.


Sólo fingían.


Para él, era suficiente.




Financier




Como boxeador, no es preciso ser pacifista, ni tampoco renegar de la violencia.


Basta con apostar puntualmente por la no-violencia cuando estás contra las cuerdas… No desde los valores éticos, sino desde la conveniencia táctica.


Moverse y protegerse.


Planear el ataque y la retirada.




Mandalo




Su verdadero nombre en lengua xhosa era Rolihlahla, que significa «alborotador«, «el que trae o causa problemas«, pero en el primer día de escuela, siguiendo una costumbre colonial, la maestra asignaba nombres ingleses, y le llamó Nelson.


Durante su vida, recibió más nombres.


Pero acabó siendo otro caso de «revolucionario» caído que se adapta y convierte en culto a un «mesías» dócil y pacífico.


Ofreció una reconciliación basada en «poner la otra mejilla» para que también esa la abofetease el poderoso.


Perdón, compasión, humildad y paciencia son magnánimos sólo cuando se ha vencido; cuando existe legitimidad para ejercerlos sin estar forzado a ello.


De lo contrario, son sólo una máscara.


Una adaptación más, para perpetuar lo mismo.


Mandela murió el día de su liberación. Nació Madiba, con 76 años, solo y aislado. Creció rodeado de estrellas del show-business, de millonarios y de reyes de Occidente que fueron a adorarle. Fue chantajeado por EEUU, el GATT y la deuda con el FMI y el Banco Mundial. Se cambió de ropa varias veces al día, casi con la misma rapidez con que cambiaba sus políticas. Denunció a EEUU por «cometer inenarrables atrocidades en el mundo«, pero bloqueaba y falsificaba un informe de elecciones fraudulentas en Lesotho para invadirlo y asegurarse el acceso barato al agua de uno de los países más pobres del mundo. Descendió al infierno de asistir a las confesiones de crímenes, sin perseguirlos ni resarcirlos. Resucitó de entre los olvidados por la pobreza y el SIDA, subió a los cielos en múltiples vuelos huidizos, y se ha sentado a la derecha de De Klerk, cuyo reino no ha tenido fin.


Vino para liberarnos de la esclavitud racial, y nos condenó a la esclavitud económica.


Pero habían sido 27 años en prisión.


Era un anciano.


No le mereció la pena.


Prefirió comer, jugar, conducir y seducir.


Su muerte ha derramado lágrimas de cocodrilo propias de P.W. Botha.


Su gloria ha sido globalizada porque no incomodó al orden establecido por el poder global.


Una gran obra que ha fracasado por el mutis de un actor de porte aristocrático, que, tras la máscara del triunfo político personal de Madiba y su elevación al Olimpo de los héroes universales, escondía la amarga e incoherente derrota del hundido pueblo de Mandela.




Congratulaciones




Cuando el ex-presidente terminó su incómoda entrevista con John Pilger de 1998, le fue dando palmaditas condescendientes, como perdonándole por haberle contrariado.


Caminaron juntos hasta su Mercedes, plateado como sus sienes, y desapareció entre un montón de hombres blancos con brazos enormes y cables en los oídos.


Uno de ellos dio una orden en la blanca lengua afrikaner, y se esfumaron.














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