El economista Richard Wilkinson y la antropóloga Kate Pickett han condensado años de investigación en el libro «Desigualdad: un análisis de la (in) felicidad colectiva» (originalmente ‘The Spirit Level’), y demostrado, científicamente, que, independientemente de la riqueza material, el estrés por vivir en una sociedad estratificada provoca grandes problemas de salud pública, y que cuanto mayor la desigualdad social, peores son los problemas.
El documental «Zeitgeist – Hacia adelante» recoge el estudio de Wilkinson y Pickett junto con el testimonio de otros sociólogos y psicólogos, para mostrar que la salud empeora, no sólo por ser pobre, sino por sentirse pobre, debido a la gran influencia del estrés crónico en la salud… El llamado «estrés de la pobreza«.
La mayor causa de estrés humano es la mala calidad de las relaciones sociales, y lo que más reduce la calidad de las relaciones sociales, es la estratificación socioeconómica de la sociedad, es decir, la desigualdad económica.
Así, la desigualdad conlleva nefastas consecuencias, tanto a nivel material… como a nivel psicosomático y social.
Surgen los complejos de superioridad e inferioridad. Causa enfrentamiento. Aparece la falta de respeto, ante la cual, las personas se sienten menospreciadas.
El dolor se convierte en resentimiento.
Por eso, en las sociedades más desiguales, hay peor salud y más violencia. Y esto ocurre en todos los estratos de la sociedad, aumentando conforme aumenta la desigualdad.
Una sociedad donde se puede vivir es una sociedad igualitaria socioeconómicamente.
El historiador Tony Judt partió del estudio de Wilkinson y Pickett, y analizó el papel del estado moderno para mitigar o empeorar la desigualdad.
Judt verificó que, desde finales del siglo XIX hasta la década de 1970, las sociedades avanzadas de Occidente se volvieron cada vez menos desiguales.
Gracias a la tributación progresiva, los subsidios del gobierno para los necesitados, la provisión de servicios sociales… las democracias modernas iban limando sus extremos de riqueza y pobreza. Por cierto, así, el capitalismo tenía un arma propagandística para ganar mentes y voluntades en plena «Guerra fría«.
Tanto los países esencialmente igualitarios de Escandinavia como las sociedades, bastante más diversas, del sur de Europa, seguían reconociendo diferencias en su seno, y los países angloparlantes del mundo atlántico y Gran Bretaña continuaban reflejando las tradicionales ‘diferencias de clase’… Pero todos estaban embarcados, cada uno a su manera, en una lucha progresiva frente a la desigualdad excesiva, y habían establecido la provisión pública para compensar las carencias privadas.
Sin embargo, en los últimos 30 años, y coincidiendo curiosamente con la caída del bloque del Este, Judt observa que se ha arrojado la lucha contra la desigualdad por la borda.
Y los mayores extremos de privilegios privados e indiferencia pública afloran… qué casualidad… en Estados Unidos (EEUU) y en Gran Bretaña, epicentros del entusiasmo por el capitalismo de libre mercado, y adalides de la desregulación.
Aunque países tan lejanos como Nueva Zelanda, Dinamarca, Francia o Brasil han ido abrazando la eliminación del estado del bienestar, ninguno ha igualado a Gran Bretaña o a EEUU en la tarea de desmontar, a lo largo de 30 años, la legislación social y la supervisión económica de las décadas previas.
En 1968, el director ejecutivo de la entonces gigantesca General Motors, se llevaba a casa, en sueldo y beneficios, unas 66 veces más de lo pagado a un trabajador típico de General Motors… Hoy, el director ejecutivo de la cadena de tiendas Wal-Mart gana un sueldo 900 veces superior al de su empleado medio…
Es más, la fortuna de la familia fundadora de Wal-Mart es casi la misma (90.000 millones de dólares) que la del 40% de la población estadounidense con menos ingresos, unos 120 millones de personas.
En 2005, el 21’2 por ciento de la renta nacional de EEUU estaba en manos de sólo el 1 por ciento de la población.
La concentración en una pequeña élite se extiende.
Por ejemplo, en España, el 1% de la población de renta superior posee el 18% de toda la propiedad, y el 10% de las familias posee el 58% de toda la propiedad. Y además:
- En 2006, sólo 20 familias eran propietarias del 20,14% del capital de las empresas del índice bursátil IBEX-35, y 1440 personas controlaban una cantidad de recursos que equivalía al 80,5% del PIB español…
- En 2010, esta situación fue a peor: un selecto grupo de 20 familias y empresarios controlaban cerca del 37,1% del IBEX-35.
En renta, riqueza, salud, educación y oportunidades vitales, Gran Bretaña as también ahora más desigual que en ningún otro momento desde la década de 1920… Y, en la actualidad, hay más niños pobres en Gran Bretaña que en ningún otro país europeo.
Asimismo, desde 1973 la desigualdad en el salario neto se incrementó allí más que en ningún otro país, a excepción de EEUU. La mayor parte de los nuevos empleos creados en Gran Bretaña entre los años 1977-2007, se ubicaron en el extremo inferior de la escala salarial… Algo tristemente de actualidad en otros muchos lugares: empleo precario, despido barato, subempleo…
Desde luego, las consecuencias son palpables.
Por ejemplo, la movilidad intergeneracional se ha interrumpido; en contraste con sus padres y abuelos, y especialmente en Gran Bretaña y en EEUU, los niños de hoy tienen muy pocas posibilidades de mejorar las condiciones en las que nacieron… Los pobres permanecen pobres.
La desventaja económica para la gran mayoría se traduce en mala salud, pérdida de oportunidades educativas y, cada vez más, los síntomas habituales de la depresión familiar: alcoholismo, obesidad, obsesión por el juego y los delitos menores.
Los desempleados y subempleados pierden las capacidades que habían adquirido, y se vuelven crónicamente prescindibles para la economía.
Las consecuencias, con frecuencia, son la ansiedad, la angustia y el estrés, por no hablar de las enfermedades y de la muerte prematura.
La desigualdad social y económica exacerba los problemas sociales.
Hasta la confianza, la fe que tenemos en nuestros conciudadanos, lo que llamamos el «capital social«, es menor cuanto mayores son las diferencias de renta: entre 1983 y 2001, la desconfianza aumentó marcadamente en EEUU, Gran Bretaña e Irlanda… Justo los 3 países en los que el dogma «el interés individual prima por encima de todo» se aplicó con mayor fiereza a la política pública. En ningún otro país se dio un incremento en la desconfianza recíproca de esa magnitud.
Dentro de los países, la desigualdad desempeña un papel crucial en la vida de las personas.
En EEUU, las probabilidades de disfrutar de una vida larga y saludable están estrechamente relacionadas con la renta: los residentes en distritos acomodados tienen expectativas de vivir más años y mejor.
Las mujeres jóvenes en los estados más pobres tienen más probabilidades de quedarse embarazadas en la adolescencia (y sus bebés, menos probabilidades de sobrevivir) que en los estados más ricos.
De la misma forma, un niño de un distrito desfavorecido tiene más probabilidades de abandonar sus estudios en la enseñanza media, que aquel cuyos padres tienen una renta media segura y viven en una región próspera del país.
En cuanto a los hijos de los pobres que permanecen en el colegio, su rendimiento será más bajo, tendrán peores notas, y su empleo será menos gratificante y peor pagado.
La desigualdad no sólo es poco atractiva en sí misma; está claro que se corresponde con problemas sociales patológicos: con el «estrés de la pobreza«, que sólo se puede abordar si se atiende a su causa raíz.
Esa es la razón por la cual la mortalidad infantil, así como la esperanza de vida, la delincuencia, la superpoblación carcelaria, las enfermedades mentales, el desempleo, la obesidad, la desnutrición, el embarazo adolescente, el consumo de drogas ilegales, la inseguridad económica, el endeudamiento personal, la ansiedad, etc, etc… son mucho más marcados en EEUU y Gran Bretaña, que en la Europa continental.
Así, la incidencia de los trastornos mentales se corresponde estrechamente con la desigualdad de la renta… De nuevo, EEUU y Gran Bretaña destacan… en lo peor.
Si sólo se tiene en cuenta la Renta per cápita, la distribución de puntos en el gráfico es poco menos que aleatoria.
La conexión aparece con la desigualdad: la correlación se repite en todos los gráficos de esperanza de vida, movilidad social, alfabetización y desarrollo escolar, mortalidad infantil, homicidios, encarcelamiento, nacimientos en adolescentes, confianza, obesidad, enfermedades mentales (incluyendo las adicciones a las drogas y al alcohol).
Cuanto mayor es la distancia entre la minoría acomodada y la masa empobrecida, más se agravan los problemas sociales.
Eso ocurre, tanto en los países ricos como en los pobres. No es un problema entre sociedades o países: es un problema dentro de las sociedades o países.
No importa lo rico que sea un país sino lo desigual que sea.
Así, en Suecia o Finlandia, dos de los países más ricos del mundo en cuanto a su renta per cápita o su PIB, la distancia que separa a sus ciudadanos más ricos de los más pobres es muy pequeña, y siempre están a la cabeza de los índices de bienestar.
Por el contrario, EEUU, pese a su gran riqueza agregada, siempre figura abajo en esos índices. EEUU gasta grandes sumas de dinero en sanidad, pero su esperanza de vida sigue estando por debajo de la de Bosnia y sólo es un poco mejor que la de Albania.
No hace falta emitir mucho CO2 para lograr una buena esperanza de vida.
Tampoco hace falta lanzarse en un crecimiento económico sin medida, para lograr una buena esperanza de vida.
Basta con fomentar un más justo reparto… porque la desigualdad es corrosiva.
El impacto de las diferencias materiales en la sociedad tarda tiempo en hacerse visible, pero termina por aparecer: aumenta la competencia por el estatus y los bienes, las personas tienen un creciente sentido de superioridad (o de inferioridad) basado en sus posesiones, se consolidan los prejuicios hacia los que están más abajo en la escala social, la delincuencia aumenta y las desventajas sociales se hacen cada vez más marcadas.
La desigualdad, tal como revelan las entrevistas personales, se mete bajo la piel.
Provoca estrés, ansiedad por el estatus, menor autoestima, inseguridad, narcisismo y vergüenza.
Autobombo en lugar de autocrítica.
La desigualdad afecta incluso al medio ambiente: después de todo, es fácilmente observable que incrementa la presión competitiva para consumir…
Aunque un potentado pueda pensar que compra cierto artículo de lujo porque sabe apreciar el detalle, lo que importa, el mensaje real, está en lo que sus compras dicen en relación al resto.
Y al resto, los artículos de segunda les hacen sentir ciudadanos de segunda. A medida que se acentúa la desigualdad, más nos esforzamos por mantenernos a la altura.
Irá a peor si se amplía aún más la diferencia entre una minoría próspera y la inmensa mayoría de miserables.
Y, como decimos, esto es cierto, tanto para los países ricos como para los pobres.
No importa tanto la manera de llegar a ser rico, como la manera en que se fomenta la desigualdad interna.
A nivel país, o a nivel región, ó autonomía… Allí donde haya gobierno e intereses que sirvan al Dinero.
Una cosa es convivir con la desigualdad y sus patologías, otra muy distinta es regodearse en ellas. En todas partes hay una asombrosa tendencia a admirar las grandes riquezas y a conceder estatus de celebridad a los ricos y famosos y a su «estilo de vida«… Toda una perversión del sistema de valores.
El legado de la creación de riqueza no regulada es, en efecto, amargo.
Debemos retomar la forma en que decidimos organizar nuestras sociedades. En primer lugar, no podemos seguir evaluando nuestro mundo y las decisiones que tomamos desde un vacío moral. Tenemos que preguntarnos que quieren las personas y en qué condiciones pueden satisfacerse esas necesidades.
La confianza no es una virtud abstracta. Una de las razones por las que el capitalismo hoy es atacado por tantos críticos, y no todos de izquierda, es que los mercados y la competencia libre también requieren confianza y cooperación para operar… Pero los mercados no generan automáticamente confianza, cooperación o acción colectiva para el bien común.
Todo lo contrario.
El contraste entre el éxito material y el fracaso social de muchos países «ricos» no es una más que significativa señal de alarma sobre la economía de libre mercado y la Globalización.
Para lograr mejoras en la calidad real de vida, tenemos que alejarnos de los estándares materiales y de «crecimiento económico» actuales, y concentrar nuestra atención en lo realmente importante: mejorar el bienestar psicológico y social del conjunto social.
La cohesión social, esto es, la calidad de relaciones sociales y la existencia de confianza, obligaciones mutuas y respeto en la comunidad o en la sociedad en su conjunto, ayuda a proteger a las personas y a su salud.
La excelencia debe ser para todos.
Como decía Judt, hay mucho sobre lo que indignarse: las crecientes desigualdades en riqueza y oportunidades; las injusticias de clase y casta; la explotación económica; la corrupción, el dinero y los privilegios .
Pero ya no basta con identificar las deficiencias del «sistema» y lavarse las manos como Pilatos: indiferente a las consecuencias.
Cada vez más, hombres y mujeres se verán obligados a depender de los recursos del Estado. Recurrirán a los líderes y representantes políticos para que les defiendan, y no faltarán quienes apremien a las sociedades abiertas a que se ajusten, se cierren, y sacrifiquen la libertad en aras de la «seguridad«.
Nos corresponde a nosotros volver a concebir el papel del gobierno. Si no lo hacemos, otros lo harán… y la desigualdad nos igualará a casi todos por lo bajo, como en Gran Bretaña y EEUU.
Hay que volver a replantear nuestro mundo con un referente claro: todo ser humano tiene derecho a una vida digna, y a que sus necesidades estén cubiertas.
Y, como también vimos, las necesidades humanas abarcan, tanto los bienes vitales, de comida, agua y vivienda, como los bienes sociales y recreativos que permiten la relajación y el disfrute a nivel personal y social.
Si una sociedad no lo cumple, hay que cambiarla.
Hay que atreverse a crear otro tipo de sociedad.
Para lograr mejoras en la calidad real de vida, tenemos que alejarnos de los estándares materiales y de crecimiento económico actuales y concentrar nuestra atención en mejorar el bienestar psicológico y social del conjunto social.
No puede ser que, en cuanto sale a relucir el tema, la discusión tienda a centrarse casi exclusivamente en remedios y tratamientos individuales, y que el pensamiento político se «paralice”; es preciso presionar para un cambio posible, no partidista, centrado en los seres humanos y los recursos del planeta.
Y volver a reunirnos en sociedad (algo hasta ahora monopolizado por las religiones), sin estar bajo ningún signo ni bandera, para darnos apoyo, unirnos y propugnar políticas para el bien común. Hay muchos ejemplos reales, como los recientemente citados kibutz… y como Marinaleda.
Con un sentido de pertenencia y de comunidad.
Sin explotación.
Esa que les encanta a los «mercados«, a sus guardianes y a sus patronos, la Banca.
Porque otra de las conclusiones de Wilkinson y Pickett es que, en los países más desiguales, las personas trabajan el equivalente a 2 o 3 meses adicionales al año.
Intentan mantenerse en cabeza, en una huida hacia adelante que a algunos les recuerda una «carrera de ratas«.
En realidad, son meros esclavos del Capitalismo, remando en un barco que se hunde.
Esperando un rescate.
Que, desde luego, no será «financiero«.