Al aumento de la integración entre personas y robots, le llaman «hibridación«.
Convivirán e interactuarán en cada vez más áreas; trabajarán codo con biela.
Se incorporarán prótesis robotizadas al cuerpo humano; piezas de recambio a falta de tornillos.
Habrá robots con forma de serpiente.
Con forma de araña.
O con forma de niño.
Dicen que no hay que fabricarlos demasiado parecidos a nosotros, porque cuando el robot se parece demasiado a un humano, la confiada aceptación se torna en abrupto rechazo.
Está por ver… porque el ser humano es muy adaptable.
Ya hay robots humanoides que son loados por mostrar una expresión facial.
Pero los seres humanos con mucho menos nos conformamos.
En Japón se comercializa una «silla de los abrazos» para combatir la soledad.
No es tan siquiera un robot.
Es una muñeca que «se parece a una madre«.
Su contacto hace recordar lo que se sentía al recibir el «afectuoso abrazo» materno, algo que con el paso del tiempo «tiende a olvidarse«…
Todo un éxito de ventas… Especialmente, entre los ancianos que viven solos.
El fabricante sostiene que la mayoría de los pacientes que la han probado un tiempo prolongado, experimentaron una reducción de la ansiedad, el miedo y la ira.
No anda desencaminado.
Está científicamente demostrado, como ya vimos, que dar y recibir abrazos ayuda al cuerpo a producir oxitocina, una hormona natural presente en la conducta sexual y en el sentimiento materno-filial, que calma el sistema nervioso y estimula las emociones positivas.
Así que no hace falta que las máquinas consigan replicar la calidad de las emociones humanas.
Nosotros llenamos la diferencia.
Somos tan adaptables, que nos autoengañamos con suma facilidad, para conseguir paz de espíritu.
Que un bebé reconozca un ser de entre varios objetos, no suele deberse a la similitud visual con una persona… Los bebés reconocen como «humana» la capacidad de interactuar socialmente, no la apariencia.
Da igual lo humano que pueda parecer… Es la socialización del robot la que hace que el bebé le trate como a un ser.
Aunque «una vez que uno aprende cómo funciona un robot, ya sabe cómo funcionan todos«, su software no deja de avanzar para articular gestos, pestañear… Interactuar con el espacio que les rodea.
Les hacen más humanos.
Otra cosa es el «problema» de la conciencia de uno mismo, y la inteligencia.
El Test de Turing es una prueba propuesta en 1950 por Alan Turing para demostrar la existencia de inteligencia en una máquina.
Sea o no la prueba idónea, dado el aumento de su capacidad de procesamiento… es una cuestión de tiempo.
Al ritmo de los algoritmos.
Ya hay programas que consiguen imitar conversaciones humanas (‘chatbots‘).
Y se saben chistes.
No es noticia que un programa inconsciente, sin ninguna inteligencia identificable, logre engañar a sus interrogadores.
No es que éstos sean ingenuos.
En el contexto apropiado, los humanos pondremos lo que falte para lograr socializar.
Aún se considera difícil que un robot tome conciencia de sí mismo… pero se le puede programar para que lo parezca.
Conforme los robots entran por la puerta de la socialización, los humanos saltan por la ventana.
Un investigador japonés ha inventado unas gafas para fingir sentimientos; con ojos falsos, sirven para ocultar las emociones, evitando que los ojos delaten los sentimientos.
Perfectas para traducir la dicotomía entre lo que se muestra y lo que realmente se piensa.
Un robot podría pensar que se trata de humanos imitando ser humanos.
Pero no.
Es también un comportamiento humano genuino… En este caso, una sofisticada forma de adaptación defensiva frente a una sociedad agresiva construida para fomentar el lucro y la explotación de unos sobre otros.
Lo que, en el reino animal, viene a ser un mimetismo defensivo.
Se pregona por doquier que el ser humano es «el animal más inteligente«.
Está por ver. De momento, no acaba de usar la tecnología para preservar a todos y cada uno de los miembros de su propia especie.
Y si a alguien le choca que los robots puedan mejorar las relaciones humanas poco satisfactorias, puede reparar en las mascotas.
La función de las mascotas no es otra que sustituir a los seres humanos.
Sí. Como los robots.
Las mascotas ayudan a superar el anonimato y la falta de comunidad, haciendo mucho más llevadera la vida.
Proporcionan a muchísima gente un motivo, en forma de ser vivo, para volver a casa.
Reemplazan a maridos, esposas o hijos ausentes o poco cariñosos, llenan el vacío hogar y alivian la pesada carga de la soledad en las sociedades post-industriales; máxime, para la gente que vive sola, en las grandes ciudades y/o en la vejez.
Pueden entretenernos como consumados comediantes, formarnos en biología y robótica, ponernos en forma como entrenadores deportivos, relajarnos, querernos…
Las mascotas pueden hacer todo esto sin imponer el maltrato y los castigos que propinan los seres humanos «reales» atrapados en relaciones altamente competitivas, estratificadas y explotadoras.
Por todo ello, a las «mascotas» se les llama «animales de compañía«.
Para sustituir del todo a los humanos, las mascotas tendrían que poder comunicarse, pero, afortunada o desafortunadamente, no pueden sostener realmente una conversación.
Pero escuchan, y, como bien saben psicoanalistas y sacerdotes católicos, las frustraciones y la angustia se alivian por el mero hecho de tener a alguien que nos escuche… o que aparente escucharnos.
Los robots escuchan… pero también pueden hablar, y cada vez mejor.
Las razones para tener robots de compañía en casa podrían ser las mismas que para tener una mascota, con la ventaja de que no se esclaviza a un animal en una jaula de hormigón.
Teniendo en cuenta que las grandes ciudades ya no tienen espacio para las mascotas, no extraña que se agote en las tiendas y haya colas para adquirir un Pepper, el robot «con corazón«, capaz de comunicarse con personas y de interpretar sus emociones.
Para sustituir a los seres humanos reales en derredor, sus dueños les preferirán para llenar sus carencias sociales en relaciones cálidas, apoyo mutuo y amor.
Los robots no son la solución.
Son otra respuesta a un mismo problema.
¿ Miedo porque «las máquinas no tienen escrúpulos ?»
Depende de quien las controle. Depende de cómo se programen.
Como los perros guardianes… según su educación.
Como sus propios amos… según la ocasión.
La mayor amenaza para la especie humana no son los robots, ni tan siquiera los marcianos: es la propia raza humana.
Nosotros hemos creado las armas de destrucción masiva… y los hemos puesto en manos de «androides» egoístas a los que no puedes distinguir, porque viven entre nosotros, piensan como nosotros… pero prefieren que sangremos nosotros, y no ellos.
Son como «geminoids«, marionetas de alta tecnología, de carne y hueso, guiadas por el control remoto del afán de lucro despreciativo del sufrimiento ajeno, insensibles enfermos por golpes cerebrales o por maltratos conductuales que se comportan como psicópatas desaprensivos.
No es nuestra «estupidez innata» ni nuestra «arrogancia irresponsable».
Son los «intereses» de unos pocos los que deciden que las máquinas sirven para ahorrar trabajo humano, mientras se despreocupan de las consecuencias para quienes pierden su empleo.
Los humanos somos, en efecto, «cíborgs tecnológicos».
Pero aún parecemos máquinas idiotas, porque, ante la tesitura de «evitar el sufrimiento humano«, vemos cómo la decisión óptima elegida históricamente es «matar a la gente«.
Por qué los robots habrían de respetar las 3 leyes, cuando sus programadores humanos no las aplican entre sus congéneres…
Dan más miedo los humanos roboides (te roban la vida), que los robots humanoides.
Todos, máquinas.
Deambulantes.
Controladores, controlados y controlables.
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Virtualidades 10
Aunque una huelga de partos caídos podría parecer una medida de presión desmesurada, ni siquiera es nueva.
Los gobiernos ya la han venido utilizando, con su peculiar y característico estilo: esterilizando a todo tipo de población.
Incluso, ilegalmente.
A mujeres, generalmente.
Hay precedentes de «huelgas de sexo», «boicots sexuales» y «huelgas de piernas cruzadas»: mujeres que se han negado a mantener relaciones sexuales con sus maridos o compañeros para resolver un conflicto, lograr una reivindicación, e incluso, conseguir la paz en una guerra.
Qué menos, si la guerra declarada es contra ellas.
Las consecuencias de una huelga de partos caídos serían embarazosas… Alumbrarían la mala concepción de la sociedad: sin suficiente conocimiento ni legítimo consentimiento.
Replantearía el papel de hombre y mujer, y plantaría nuevas y saludables raíces sociales.
Se acabó el matrimonio por amor… al patrimonio. Allí donde hay amor puntual, estará plenamente justificado que no exista ningún vínculo legal.
Se acabó la adicción a la oxitocina paternofilial… Pero quedará la jovial, generada a base de tocarse, besarse y masajearse; sin parto, pero con pacto.
Se acabó la pensión de viudedad, las herencias, los impuestos sobre sucesiones, y los gastos de notario… Habrá que exigir un subsidio justo después de 40 años de trabajo y 8 de paro.
Se acabó la preferencia por la primogenitura masculina como estratagema para preservar su concentración de riqueza y poder.
Se acabó el derecho de pernada.
Se acabó el casamiento obligatorio de millones de mujeres cada año.
Se acabó la maternidad obligatoria de millones de adolescentes cada año.
Se acabó el hacerse cirugía plástica como consecuencia del maltrato.
Se tipificará como «delito contra la salud pública» la posesión de mujeres.
Se acabó la muerte prematura de decenas de miles de mujeres cada año a causa de los embarazos infantiles y adolescentes.
Se acabó poner precio a los niños.
Se acabó el arrojar bebés por el inodoro.
Se acabó tirarlos por el balcón.
Se acabó la homilía eclesiástica que declara a la mujer como traedora de hijos y cuidadora del marido.
Se acabó el rendir la educación a cualquier mesiánica manipulación.
Se acabó imputar culpabilidad o amedrentar calificando de pecado el sexo.
Se reinterpretará el puritano párrafo atribuido a la figura de Pablo de Tarso de que «Es bueno que el hombre no toque a la mujer».
Se acabaron la impunidad de los abusos de monjas realizados por curas, guías espirituales y misioneros.
Se acabó el tenerse que comer la propia placenta.
Se acabaron las falsas denuncias.
Se acabaron los secuestros.
Se acabaron los abandonos.
Se acabaron las imprudencias paternales.
Se acabó la explotación en el trabajo femenino e infantil.
Se acabó cobrar menos por el mismo trabajo.
Se acabó el problema laboral de quedarse embarazada.
Se acabó refugiarse en una botella de alcohol.
Se acabó la violencia machista.
Se acabó utilizarlos como reclamos publicitarios.
Se acabó el buscar tiempo y ganas para educar.
Se acabó el malcriarlos conscientemente.
Se acabó el darles «lo que sea» para ocultar el abandono de cuidados por parte de los padres, del profesorado, de los médicos…
Se acabó protestar por la sobrecarga de deberes escolares.
Se acabó recurrir a un elemento para que las provea de alimento, y la caza de marido mediante embarazo malquerido.
Se acabó la necesidad de dar el pego.
Se acabó echar el lazo.
Se acabó emparejarse para no pasar hambre.
Se acabó el convivir con alguien sin conocerle.
Se acabó poner a los hijos como excusa o represalia.
Se acabó tomarlos como rehenes.
Se acabó fingir que te gustan los hijos de los demás.
Se acabaron las masacres de escolares.
Se acabaron las maternidades donde procrear una raza pura para el estado.
Se acabaron las casas-cuna.
Se acabó fabricar madres.
Se acabó que UNICEF, un organismo dependiente de la ONU, pida dinero a la gente en vez de a los gobiernos.
No más abandono psicológico.
No más robos de niños.
No más adopciones, negocios ni explicaciones.
No más utilización de niños en manifestaciones independentistas o religiosas.
Se acabó la vocación para los curas pederastas.
Se acabó predicar moral mientras se realiza un abuso sexual.
Se acabaron las monjas cantando «Like a Virgin«.
Se acabaron los niños soldado.
Se acabó la liturgia de la custodia.
Se acabaron los niños que tienen niños.
Se acabaron los añejos antojos.
Se acabó aparecer en segundo plano.
Se acabó dar de lado a los demás para centrarse sólo en la descendencia.
Se acabó mentir a los niños.
Se acabó mentir a los adultos.
Se acabó el ir a la cárcel por no visitar a los padres.
Se acabó el complejo de Edipo.
Se acabaron las demandas de paternidad por fealdad.
Se acabaron las visitas de mujeres al psiquiatra.
Se acabaron los atascos de tráfico a la entrada y la salida de los centros.
Se acabaron los 7.000 años de desigualdad sexual y social.
No será viable que el niño-robot de la película Inteligencia Artificial se encariñe con un humano no confiable.
Ser amado y convertirse en un «niño de verdad» es la interminable búsqueda de cualquiera que se sienta abandonado, maltratado, explotado y perdido en una sociedad consumista. De cualquiera.
Quienes sí harían realidad la fábula de Pinocho, serían ellas.
Las muñecas habrían cobrado vida.
(Continuará)
Virtualidades 9
Mientras huyen hacia adelante, las hembras humanas, como género, siguen atrapadas bajo el lema de «Todo por la Prole«.
El antropólogo Robert Trivers definió esa relación como un «vínculo cruel«.
Si las mujeres dejan de ser altruistas, la especie se acaba. En cambio, los machos pueden copular para, a continuación, huir.
Richard Dawkins, autor de «El gen egoísta«, lo resume con una sencilla frase: «El sexo femenino es explotado».
Hasta el punto de que, estando la educación, en especial, la infantil, en manos de tantas mujeres, se siga modelando una sociedad masculinizada de la que las propias mujeres querrían librarse.
Japón es, simplemente, otro mal país para ser mujer.
Como todos.
No hay apenas incentivos para tener hijos.
Ya vimos que las personas tienden a tener más hijos, no por un impulso irresistible, sino porque, bajo sus circunstancias, maximizar la descendencia les posibilitará incrementar su bienestar biopsicológico.
Y que, cuando incrementan su bienestar biopsicológico teniendo menos, tienen menos.
Dentro del concepto «más bienestar biopsicológico«, entran más sexo, ocio, comida, riqueza, aliados, apoyo en la vejez… Beneficios que aumentan la calidad de vida.
Por eso, pedirle más hijos a los japoneses, y, especialmente, a las japonesas, no es nada fácil… No se concibe.
Desde luego, si la reproducción dependiera únicamente de lo que contribuyen los recién nacidos a satisfacer las necesidades parentales de aire, agua, alimento, sexo, bienestar corporal y seguridad… las tasas de fecundidad de Japón y del resto de países industrializados ya habrían descendido a cero.
Hay un bienestar biopsicológico adicional.
Los hijos satisfacen extraordinariamente bien la necesidad de tener relaciones que sean íntimas, afectuosas y emotivas con seres que les presten apoyo y atención, que sean dignos de su confianza y que aprueben su conducta.
Eso dispara hormonas de satisfacción.
Está científicamente demostrado que dar y recibir achuchones ayuda al cuerpo a producir oxitocina, una hormona natural también presente en el actividad sexual, que calma el sistema nervioso y estimula las emociones positivas.
A falta de otras incentivos, podríamos necesitar hijos por el mero hecho de que necesitamos amor.
Una motivación que, por tanto, no es altruista.
De hecho, la motivación para tener hijos puede que no sea, ni siquiera, encomiable…
Hijos, como sueños de posteridad.
Como bien de consumo.
Como sacrificio de sangre para ser aceptados socialmente.
Como reto al reloj biológico.
Como juego de rol de paternidad.
Como argamasa para solidificar una relación.
Como complacencia hacia los antecesores.
Como un seguro que habrá de ser posteriormente reembolsado.
Como una reparación.
Como un acto egoísta.
Como una venganza.
Como una expiación de culpa.
Todas, presiones. Ninguna, encomiable ni digna de elogio.
Los pro-natalidad no parecen ser conscientes de ello; y eso que, curiosamente, los hijos sólo vienen a servirles de medio para conseguir un fin tampoco digno de elogio: depositar en ellos la que quizá sea su única esperanza. Aunque sea ideológiconómica.
El santuario familiar es un templo frágil.
Las promesas de achuchones, abrazos, besos, chupeteos, sonrisas y agradecimiento como recompensa a la paternidad, no nos gobiernan.
Es más: a posteriori, como en todos los demás tipos de intercambio, la mera expectativa de un rendimiento futuro no vale para sostener indefinidamente el vínculo paterno-filial.
Así que, si eres mujer, y te tratan, en suma, como a una esclava alejada del poder económico, político, eclesiástico y hasta culinario, te deben dar ganas de hacer huelga indefinida de partos caídos.
Cero nacimientos ante tan pocos miramientos.
Aún si te maldicen, y a riesgo de que te penalicen.
Por el permanente temporal, carretera cortada del dormitorio al paritorio.
Fin del viaje.
Que dé a luz Rita la Cantaora.
O el ministro japonés de Sanidad, que se refirió a las mujeres como «máquinas de hacer bebés«.
Si quieren gestación sustitutoria… que pidan voluntarias, o que funden una orden religiosa.
Si quieren «partos en cadena«… que fabriquen robots.
Anti-huelga «a la japonesa«.
Una huelga de partos caídos.
Posiblemente, ya en marcha, de forma encubierta.
Aparte de los agravios e injusticias conyugales, laborales y culturales, habría, por lo menos, 8 razones para no tener hijos: por propio interés, por secuelas físicas, por equilibrio emocional, por economía, por logística, por previsión social, por identidad…
E, incluso, por el medio ambiente.
Se empieza a difundir en los medios que nada produce tanto CO2 como un «humano del mundo industrializado»: aproximadamente, 515 toneladas de CO2 durante su vida… Como 40 camiones.
Que tener un hijo es medioambientalmente equivalente a realizar casi 6500 vuelos a París; que una persona podría volar 90 veces al año, ida y vuelta, casi cada semana de una vida… y esto no tendría tanto impacto en el planeta como un nacimiento.
Que se emplea una cantidad indecente de pesticidas, detergentes, plásticos y combustibles nucleares para mantenerle caliente.
Que se cita el informe de la petrolera BP haciendo público que:
«En 2050, se acabará la pesca en los caladeros; en 2080, se acabará el gas; en 2090, se acabará el petróleo«.
Que, así, dar a luz viene a ser un acto egoísta, incluso brutal, porque condena a otros al sufrimiento.
Con una huelga de partos caídos, las mujeres estarían alumbrando algo más que su propia libertad.
Una forma veraz de reivindicar que la violencia machista social sólo desaparecerá cuando la mujer deje de ser considerada como ciudadana de segunda, y el hombre como el amo y cabeza de familia que la fecunda.
En medio de un follaje espinoso e infructuoso, cuya raíz nadie quiere ver, ellas habrían plantado cara.
Una huelga de partos caídos, como fecundo génesis.
¿Utopía lutópica, o lutopía distópica?
(Continuará)
Virtualidades 8
Derechos torcidos, y retorcidos.
Muchas veces, el maltratador provoca el conflicto: lo busca, para «descargar» su frustración.
Socialmente, su actuación se suele considerar un asunto de índole privada y personal. No perciben la presión. No se sienten cuestionados ni estigmatizados. Su acción carece de repercusión.
Se añade sumisión a la posesión.
Y el problema se retroalimenta: el 81% de los agresores aprendieron esta conducta en una familia «tradicional» patriarcal, donde, o habían sido maltratados durante su infancia, o habían sido testigos de la violencia familiar.
Es la semilla de un engendro.
Todos los «asesinos en serie» sufrieron malos tratos en su niñez: tortura física y sexual, o una humillación extrema, o maltrato emocional… Aislados del contacto social pleno, liberados así de escrúpulos de conciencia, poseídos por un infantil egocentrismo egoísta carente de empatía y necesitado de autoafirmación («narcisismo«), colocan sus sórdidas necesidades por encima de todo, y, eventualmente, cruzan el umbral.
Igualmente cierto es, que ningún «asesino en serie» surge de un hogar feliz y saludable… Todos ellos son fruto de hogares disfuncionales.
Las personas no aprenden tanto de sus propias conductas, como de la observación de la conducta de los demás.
Y, aunque podamos aprender conductas nuevas, no las pondremos en práctica, a menos que exista una razón para ello…
¿Como para avasallar a una novia o esposa, madre o no, criada y compañera sexual siempre, para que sirva de «punching ball« doliente y pague los platos rotos permanentemente?
Trata de esclavas.
La dependencia económica de la mujer de los ingresos que aporta el varón es, a menudo en una losa adicional a la espiral de miedo, angustia y vergüenza en que se sumen las víctimas.
Bajo una coyuntura de crisis económica, las mujeres se separan y se divorcian menos, porque tienen menos recursos económicos.
Y por eso disminuye el número de asesinatos: el peligro de sufrir una agresión aumenta cuando abandonan a sus parejas.
Las cifras son escalofriantes: 1 de 3 mujeres de Japón sufre violencia doméstica.
El 98% de las denuncias de violencia doméstica tiene a una mujer como víctima.
El matrimonio les sirve el vendaje en bandeja.
No son las únicas.
La cultura europea clásica siempre mostró una fuerte misoginia.
Platón consideraba a las mujeres una degeneración física del ser humano, y Aristóteles las describía como ‘varones estériles’ incapaces de preparar su fluido menstrual con el refinamiento suficiente para convertirlo en semen («semilla»).
En la Atenas clásica, las mujeres acomodadas no podían tener propiedades… Ellas eran propiedad de su marido. Vivían recluidas en los gineceos, y no se relacionaban socialmente con su esposo, demasiado ocupado con sus múltiples actividades sociales, políticas, intelectuales y lúdicas.
Las curanderas y las hetairas (similares al rol de las geishas de Japón) eran las únicas mujeres que gozaban de cierta libertad y estatus: eran fundamentales para la juerga… «Tenemos las hetairas para el placer; las concubinas para el uso diario y las esposas de nuestra misma clase para criar a los hijos y cuidar la casa«, sostenía Demóstenes sin ningún rubor.
En junio de 2014, Akihiro Suzuki, diputado japonés del partido del gobierno, fue obligado a pedir disculpas a su colega en la oposición Ayaka Shiomura; cuando esta parlamentaria tomó la palabra para reflexionar sobre las dificultades con que tropiezan las mujeres japonesas para compaginar la vida profesional con su labor de madres, fue interrumpida por Akihiro Suzuki con comentarios groseros, seguidos de burlas marcadamente sexistas… «¡Vete y cásate ya!», seguido de otros comentarios más vulgares, para luego añadir «¿Y tú, qué?, ¿Ya no puedes tener hijos?», entre las risas jocosas de los parlamentarios masculinos.
Desde temprana edad, se enseña a las japonesas a someterse a los hombres de su familia, a cubrirse la boca cuando se ríen, y a cultivar una personalidad sumisa que apuntala el ego del varón.
En Japón, el marido tenía la misión de trabajar, de producir, mientras la mujer se concentraba en llevar las riendas de la familia.
Antes y ahora, ella asume la completa responsabilidad de la educación de los hijos y de administrar los ingresos del hogar, incluso asignándole al marido un cantidad periódica para sus gastos.
Ella ha llevado la carga del éxito o del fracaso escolar de los niños.
Los maridos han pasado largas horas alejados de sus hogares, delegando prácticamente todos los asuntos de la casa a las esposas… Así que muchas mujeres abandonan sus empleos una vez se casan, para poder dedicarse a tan exigente y absorbente trabajo en el hogar.
Así, la tasa de participación de la mujer en la fuerza laboral de Japón permanece casi constante desde el año 1965.
(Continuará)
Virtualidades 7
Si una mujer que va paseando 10 horas por Manhattan recibe más de 100 increpaciones de varones, es fácil imaginar por lo que pasan las mujeres de Japón, Malasia, Filipinas, Corea, Uganda, Nicaragua, Costa Rica, Chequia, Polonia, Suiza…
Bueno, la lista incluye, en mayor o menor escala, a todos los países.
Los hombres no se considerarían con derecho a maltratar a sus compañeras si la sociedad no les hubiera convencido de que éstas son una cosa más de su propiedad.
Y las mujeres no se dejarían maltratar si no hubieran sido socializadas para ser seres dependientes, siempre «al servicio».
Las mujeres sometidas desarrollan un autoengaño psíquico para sobrevivir, similares a los que se han visto en los campos de concentración: se enganchan a rutinas; sus días pasan sin emociones; sin querer pensar.
Verdaderamente, viven en un mundo virtual.
Automáticamente.
Toman como una verdad absoluta que «haga lo que haga, nada va a cambiar», limitando así su acción… Es el mismo mecanismo de «indefensión aprendida» de los experimentos de Martin Seligman que ya vimos.
Los hombres que maltratan a las mujeres suelen tener baja autoestima.
Y suelen tener una baja autoestima, porque no consiguen cumplir con las expectativas que automáticamente se le atribuyen: ser «el hombre de la casa«, llevar suficiente dinero, hacerse el fuerte, ser dominante, ostentar poder, mostrarse intimidante…
Se le exige, en aras de maximizar la obtención de beneficios, que ejerza un rol injusto para él y su pareja; un papel que, en realidad, no beneficia a ninguno de los dos.
Eso cuadra con las altísimas tasas de suicidio de los trabajadores varones japoneses… El suicidio en Japón no tiene la connotación de huida, sino de protesta.
Y cuadra, también, con su alto grado de alcoholismo.
Japón es el país más tolerante con el consumo de alcohol.
El número de adictos que reciben tratamiento supera el millón.
Nada sorprendente.
El 60% de los hombres que padecen problemas con el alcohol son trabajadores asalariados… Beben con clientes y compañeros por miedo a ser excluidos del grupo y a fracasar en sus aspiraciones profesionales en una sociedad con tan rígidas relaciones sociales como la japonesa.
No obstante, el maltrato no es fruto del problema de alcoholismo masculino; la ingesta de alcohol no produce violencia: sólo desinhibe la que el maltratador lleva dentro.
De una manera distinta y complementaria, el hombre también vive autoengañado, interiorizando un personaje con poder que no es real.
Pero suele resultar mucho más fácil y gratificante representar el papel de amo que el de esclavo.
Especialmente, cuando llegan a casa por la noche, después de haberse controlado, eso sí, con su jefe, durante todo el día.
Y manifiesta esa falta de autoestima y exceso de frustración, agrediendo a su pareja.
Se trata de otra manifestación del «estrés de la pobreza» de las sociedades más desiguales y deshumanizadas: las que te hacen sentir inferior, incompetente, inútil, con frustración, y alientan desconsideracion, menosprecio y complejos de inferioridad.
Sociedades que no valoran la vida humana; sólo su valor económico.
Las agresiones domésticas se contabilizan en las estadísticas, porque sólo se denuncia un 5% de los casos.
Si todos los hechos se denunciasen, estaríamos hablando de una violencia social sólo comparable con una esclavitud a escala global.
Además, con impunidad.
Japón no aprobó su primera ley contra la violencia doméstica hasta 2002… De poca utilidad cuando no se aplica, ni no incluye tratamiento psicológico para el maltratador ni realojo y un medio de subsistencia para la víctima.
Además, ninguna ley persigue a quienes fomentan, promueven o incitan directa o indirectamente con mensajes sexistas en la publicidad, los programas de TV, e incluso con lenguaje sexista en los medios de comunicación o de entretenimiento, incluido el infantil.
Se discrimina a la mujer mediante imágenes, actitudes, decisiones, expresiones, omisiones… Abiertamente.
Se puede reconocer todo tipo de estereotipos sexistas…
Se transmite inferioridad intelectual de las mujeres respecto a los hombres.
Se las desplaza a un segundo plano.
Se manifiesta su dependencia del hombre.
Se la invisibiliza , dándole el monopolio al hombre.
Se exponen y normalizan agresiones físicas o psicológicas hacia la mujer.
Se difunde la necesidad de que la mujer se ajuste a un físico establecido.
Se la utiliza como reclamo sexual, como mujer-objeto.
Se atribuye a la mujer el cuidado de los demás (hijos, marido, mayores, enfermos…) y la realización de las tareas del hogar como labores propias de su género.
Se transmiten comportamientos diferentes para hombres y mujeres…
Ocurre hasta en los cómics y en los dibujos animados… Especialmente, en los manga japoneses, donde las escenas de violencia de género y los estereotipos sexistas se acentúan aún más, si cabe.
«Tiene delito» que el nacimiento determine el porvenir, pero, en eso, no haya delito asociado.
De antemano, es un problema con las mujeres.
Pero, de hecho, es un problema con los Derechos Humanos.
(Continuará)
Virtualidades 4
Para suyos… Japón.
Japón ha sido un país pionero en el uso de la robótica.
Por supuesto, ésta se ha desarrollado con fines industriales en gran parte de los países tecnológicamente avanzados.
Lo que hace especial a Japón, es su obsesión por construir robots antropomorfos.
Dicen que los robots humanoides son una expresión de las creencias animistas del sintoísmo, para trascender su moderna tecnología: objetos inertes que portan el espíritu de su creador, expresando la interconexión entre seres animados e inanimados…
Demasiado rebuscado.
Lo que realmente se persigue con su aspecto humano, es facilitar su integración entre nosotros.
Que sean aceptados.
Anticipándose a los europeos, el proyecto japonés Innovation 25 gastará 25 billones de dólares durante 18 años para que en 2025 haya robots asistenciales trabajando a pleno rendimiento en el sector servicios.
Ya hay más de 60 tipos de robot doméstico disponibles en el mercado japonés.
El gobierno espera que haya al menos un robot en cada hogar, en sólo 6 años.
Tan gran inversión se fundamenta en el envejecimiento de Japón.
Entre 2010 y 2060, su población se reducirá un tercio, pasando de 128 millones a menos de 87 millones de habitantes.
Para 2060, habrá 4 ancianos por cada 10 personas.
El número de ancianos es ya mayor en las grandes áreas urbanas: son los jóvenes que marcharon a las ciudades para alimentar el crecimiento económico acelerado entre 1954 y 1973, en un gran éxodo rural, los que están envejeciendo.
La población en edad laboral, que llegó en 1995 a casi 88 millones de personas, disminuyó hasta los 82 millones en 2010, y pasará a 44 millones en 2060; es decir, para entonces, quedará reducida casi a la mitad.
La caída de población activa hace difícil que Japón pueda mantener el puesto de tercera potencia económica mundial.
A medida que la población se contraiga, se reducirá también el consumo, y temen que los inversionistas globales no inviertan en un país cuya población laboral y de consumidores se está reduciendo.
Cuando ha habido demanda de mano de obra, los países han optado tradicionalmente por incorporar inmigrantes a su mercado de trabajo.
Pero, en Japón, no es un plato de gusto.
No lo es para los trabajadores procedentes de los países vecinos del Sudeste Asiático que fueron víctimas del imperialismo japonés entre 1870 y 1941.
Tampoco parece serlo para los que ya están allí… Trabajadores y ex-trabajadores extranjeros aseguran que fueron engañados en su remuneración, y forzados a trabajar horas extras y a pagar enormes cantidades de dinero por el alquiler de viviendas que estaban en pésimas condiciones de salubridad.
Que Japón se ha negado a tratar a los trabajadores extranjeros como personas con derechos que se deben proteger, lo reconocen los propios sindicatos japoneses, que tildan la política estatal como de «usar y tirar mano de obra extranjera«.
Hasta la ONU ha llegado a pedir al gobierno que endurezca la lucha contra la discriminación manifiesta a extranjeros, y abandone su pasividad frente a las expresiones ofensivas ocurridas en diversas partes del país.
Incluso, pese a firmar en 1995 la Convención Internacional de la ONU contra toda forma de Discriminación Racial, Japón no ha tomado ninguna medida legislativa para impedir que las empresas y los entes públicos denieguen la entrada a clientes en base a su nacionalidad o su raza.
Por ser extranjero, te pueden negar la entrada a un bar japonés.
Resulta curioso, por cuanto se tiene al pueblo japonés como extremadamente educado y respetuoso.
Parece que ha sido educado en un pasado aislacionista, y respeta una aprensión hacia el extranjero que persiste y que se ha institucionalizado, hasta llegar a limitar los derechos de los trabajadores inmigrantes.
Y eso, a pesar de que les necesitan para compensar la baja natalidad… y que son pocos.
Los extranjeros y los inmigrantes de primera generación representan menos del 2% de la fuerza laboral de Japón, muy lejos del 14% en EEUU y del casi 12% en Alemania, por citar dos ejemplos.
A principios de los 80′, Japón intentó paliar la falta de mano de obra trayéndose a los descendientes de los que se marcharon (‘nikkei-jin’) con el duro inicio del siglo XX.
Pero, aunque las previsiones eran optimistas, no llegaron ni 200.000 japoneses de segunda o tercera generación (menos del 1% de la población).
Hidenori Sakanaka, ex-jefe de la Oficina de Inmigración de Tokio, no se andó con medias tintas al asegurar que Japón necesita al menos 10 millones de inmigrantes en los próximos 50 años, o su economía se derrumbará: «Esa es realmente nuestra única salvación. Deberíamos permitir que (los extranjeros) entren en el país y asumir que puedan convertirse en residentes».
Un informe reciente de la ONU estima que Japón necesitará aceptar 17 millones de inmigrantes antes de 2050.
Jun Saito, del Centro Japonés para la Investigación Económica, reclamó que «debe haber una política que acepte trabajadores no calificados extranjeros como seres humanos, para trabajar y empezar una nueva vida«.
Cuando al gobierno se le preguntó sobre la apertura de fronteras a otro tipo de inmigrantes, la reacción fue negativa; Koizumi Junichiro, ex-Primer Ministro, lo dejó meridianamente claro: «Si los trabajadores extranjeros exceden un cierto número, estamos condenados a causar un choque demasiado grande. Solo porque haya una disminución en la fuerza laboral en el país, no significa que debamos abrir las fronteras a los trabajadores extranjeros«.
Menudo jardín.
Desde luego, para una incorporación masiva, se precisaría una política que aceptase a los trabajadores extranjeros no cualificados «como seres humanos, que llegarían a Japón para trabajar y empezar una nueva vida«.
Como reconoce un ex-diputado japonés, los inmigrantes “no son robots que se devolverán después que terminen sus visados«.
Empezamos a ver otro interés más para impulsar la robótica.
La «cohesión social» suena muy bonita, pero también suena muy extraño preferir que te ayuden robots en vez de inmigrantes.
Sobre todo, porque la inmigración, si bien puede reducir la homogeneidad cultural y el comunitarismo, no tiene por qué conducir a la ruptura social si hay instituciones sólidas que conjuren el riesgo de quiebra sistémica.
El peso de unas instituciones modernas sería más que suficiente para asegurar que el flujo de recién llegados se canalizase adecuadamente, si así se desea.
De hecho, no hay ninguna nación desarrollada en Norteamérica o en Europa Occidental que se haya visto seriamente amenazada por la inmigración masiva; puede que el sentimiento y el panorama en las calles hayan cambiado, pero las instituciones centrales de estas sociedades, gusten o no, han permanecido intactas.
Lo que sí amenazan la viabilidad a largo plazo de las sociedades democráticas modernas son la desigualdad y la segregación racial.
La solidaridad de estas sociedades se mide, en último término, por las oportunidades que ofrecen a todos sus miembros para alcanzar sus expectativas.
Sin ir más lejos… que los recién llegados sean incorporados de tal forma que se reduzcan las inevitables desigualdades iniciales y se les ofrezcan oportunidades de movilidad ascendente, estableciendo vías para promover la integración económica y social para ellos y sus hijos.
Claro, que, si las oportunidades se le niegan de forma sistemática al nativo… Imaginen al extranjero.
Esa es otra de las formas que tiene el statu quo para preservar sus privilegios.
Y así se conforma la preferencia de la automatización sobre la humanización.
Japón cuenta con más de la mitad de los robots industriales y de servicio del mundo.
Prefieren a los robots sobre los inmigrantes en el servicio doméstico, porque los robots no tienen diferencias culturales o históricas, ni recordarán guerras pasadas que les puedan hacer sentir culpables o incómodos.
Y los robots no enferman, ni piden vacaciones… y se les despide fácilmente.
Eso, al menos, es lo que argumenta el dueño de un restaurante japonés que sustituyó a sus camareros humanos japoneses por robots.
Ni se le pasó por la cabeza contratar a extranjeros, que tienen la fea costumbre de tener familia y, a veces, quedarse.
En el supuesto de que quisieran venir.
Y en el supuesto de que haya suficientes inmigrantes para el desarrollo de todos los países en descenso demográfico… que son casi todos.
La actual tasa de fertilidad de Japón es de 1’3 hijos, insuficiente para un relevo o reemplazo generacional, que precisaría de una tasa de 2.
Pero, a todo esto… ¿Es que ha perdido la población japonesa las ganas de procrear?… ¿Han dejado ellos mismos de ser humanos?
Bueno, de momento… Nikito Nipongo.
(Continuará)
Virtualidades 3
En realidad, el prometedor negocio del «internet de las cosas» promoverá tu pasividad.
Nuestros propios hogares y oficinas nos vigilarán y responderán a nuestras supuestas necesidades sin darles instrucciones, al haberles otorgado la misma autorización tácita y poder delegado que a las castas y clanes que, supuestamente, velan por nosotros.
Reemplazar lo vital por lo virtual ampara tanto la táctica del avestruz de esconder la cabeza, como la del divide y vencerás… El telecontrol les ayudará a mantener el control.
La única manera de llegar a la Casa Blanca será por globo aerostático en un ficción de «realidad aumentada«.
Porque la auténtica y descomunal realidad del poder parecerá empequeñecida dentro de globos-sonda.
Matemáticamente reducida hasta parecer despreciable.
Y si protestas contra la injusticia propia y ajena, te dirán que no es obligación del estado (y, mucho menos, gratuita), que «toda muerte es natural«, que «la felicidad no depende de logros o situaciones ideales, sino de nuestra salud mental«, que debes «mirar el mundo a través de unos ojos que no se quejan«, que tu interacción social debe ser egoísta y sólo aceptar los contactos «útiles«, aunque sean «eneamigos«…
Y tendrá su razón de ser…
Deberás adular sinceramente, por si en ese momento leen tu mente.
Y lo harás con agrado, porque serás, inexorablemente, un autoempleado.
Trabajarás en empresas virtuales tan «flexibles«, que carecerán de empleados fijos.
Los contratos operarán sobre la base temporal de horas.
Despídete de sueldo mínimo, indemnizaciones por despido, vacaciones pagadas, préstamos…
Será como Sin Sin.
Sin seguridad… Ni laboral, ni seguro médico, ni seguro de vida…
Sin planes: ni de formación, ni de carrera, ni de pensiones, ni de continuidad, ni de contingencia, ni de futuro…
Voluntario para el empleo precario.
A la orden de lo que mande la demanda.
Empresas de meros revendedores, que hacen y deshacen alianzas temporales, operando en paraísos fiscales.
Empresas tan virtuales, que se crean en 10 minutos.
Y que carecen de oficina propia…
Cuando un Banco se asienta en un lugar físico, es para intentar mostrar que es de fiar.
Y cuando no revisten sus sucursales de bronce y mármol y de costosos expositores y mobiliario, se interpreta que no quieren acometer la inversión porque no planean quedarse mucho tiempo… Que se trata de sinvergüenzas que planean huir con el dinero.
Es como pagar un caro anuncio publicitario o una carrera universitaria difícil: para una empresa, mantener una oficina física para sus empleados es un indicio de credibilidad.
Dudosa credibilidad, si parten de que lo intangible supone más del 80% de su valor.
Un trabajador que se cree emprendedor por llevar chancletas y bañador, al sol, no se distingue de un emprestador con una chabola por vestidor.
Normal que las empresas apuesten por la realidad virtual…
Intentan disimular su simulación.
Sin robots, ya parecíamos meros autómatas programados.
Siervomecanismos.
La robótica y los ordenadores tienen todo el sentido sólo cuando contribuyen a nuestra realización biopsicológica, como especie.
Su potencia, eficiencia y precisión en actividades complejas, repetitivas o arriesgadas, ha de servir para mejorar el nivel de vida humano, no para empeorarlo.
Lo importante no son las tareas, sino nosotros.
Los robots no defraudan, pero tampoco perdonan.
¿Por qué hacer de la virtualidad vital, una virtud viral?
¿Hay que dar la bienvenida a que el turista del futuro, sin tiempo ni dinero, a falta de la experiencia real, tenga que conformarse con la virtual?
¿Hay que albergar refugiarse en una «segunda vida» vivida en un mundo virtual, como haría un impedido físico que no ve a nadie ni habla con nadie, para poder conseguir una vida social de relaciones cercanas e intensas, o para disfrutar de miniespacios de tranquilidad e incluso soledad (¿paz?) en este sistema de masificación y falta de infraestructuras?
¿Hay que suspirar por sólo respirar desde pequeñas burbujas de autosatisfacción?
¿A eso le llamaremos «vivencias«?
Virtualizar algo, es abstraerlo de su componente físico.
De ahí a extraer su esencia, a desdibujarlo, a convertirlo en una caricatura con mirada métalica, a difuminarlo hasta borrarlo…
¿Sin alma?
Desalmados.
A menos que tu yo no sea tuyo.
(Continuará)